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Un exilio

Ese respeto, digamos extremo, sobre el espacio personal ajeno. Mentiría si dijera que esto no me ha traído malos entendidos. Pero lo más seguro (también) es que lo haga fatal, que por ahí no es.

A veces tengo la sensación de que el mundo está hecho para parejas, y yo en un exilio del que parece que no termino de conectar con nadie. Que por cierto, lugar del que cada vez me siento más cómodo. Llámalo costumbre, miedo o vete a saber. Y es una mierda, eso, también.

A veces, me asusta ver lo rápido que me aclimato a las circunstancias. Puede ser que sea porque cada vez ficho menos en círculos sociales donde no.

Lo más atractivo que una persona puede hacer por otra es respetarla. Recordaré siempre las palabras de papá, cuando decía «dice más de alguien por cómo se marcha, que por cómo llegó». Qué manera más sutil que tenía Eugenio de decir, «no seas un grano en el culo de nadie».

Quizá es un código ético que dice, vete a saber cuándo y dónde; ya te mueras de ganas, su paz va delante.

Puede ser mi self care, o mi conciencia tranquila. No sé. O simplemente es una manera de decir «te quiero», eso, también.

©Eloy Cánovas

La hoja en blanco

Yo no creo en el destino.
Me da miedo.

Me da miedo entregarme a las circunstancias de una determinada trazabilidad, bajar los brazos porque ‘esto es lo que hay’ o vivir de lo que tiene que ser. No quiere decir que me baje de la vida, solo me bajo de la vida que otros quieren que viva, modelada por lo que ‘tiene que ser, será’.

Cuando tragas agua por ir a contracorriente, no te vuelves pez, no te salen branquias. Solo aprendes a no agarrarte a la primera rama que encuentras, aunque vayas acantilado abajo.

Hoy tengo menos sueños que ayer, pero los que tengo los sostienen unos cimientos que nacieron del barro, modelados por mis errores, acompañados por las ramas que no agarré y sazonados por los caminos que elegí, aunque me equivocara.

Soy de los que piensa que una hoja en blanco es una historia difícil de contar. Que si la escriben otros por ti, no es tu historia. Si no tiene tachones, mala caligrafía o restos de comida, es porque es posible que nos haya faltado la emoción de lo inesperado, ese riesgo que es perfecto.

Hoy, llego a los días con un cuerpo cada vez más rígido y menos flexible, una barba más amarilla, una mirada más cansada que no derrotada. Y sigo sin ser pez, solo alguien que pasea por los ríos.

A las personas que amo,
a mis compañeros de viaje,
a todo lo que queda por sentir.
¿Qué tenemos para hoy?.

Gracias, siempre.
Con amor.

©Eloy Cánovas