Quizá no lo recuerdes, pero te conozco desde que me hice pasar por uno más. Porque eso es lo que hago, ser uno más.
Te conozco desde que por primera vez te vi con ganas de verte. Contigo agudice la discreción, porque no quería que vieras en mi las ganas de ser las tuyas.
Nunca te lo he dicho, pero he llegado a verte al sur de la estrella polar, junto a Casiopea, justo cuando decías que no brillabas.
He notado tú respiración en mi clavícula, justo cuando decías que no te quedaba aliento para seguir adelante.
He visto en tus ojos los cimientos que erigen un monumento, justo cuando decías que eras insostenible.
He visto en tus manos unas uñas pintadas de un perfecto rojo, justo cuando te lamentabas por no ser las ganas de nadie. Si, nuestro rojo.
Te he visto valorar a personas que te quieren, con la certeza de que no son las mismas que tú quieres. Y eso te honra.
Por eso sigo aquí, porque podría pedirte muchas cosas, pero prefiero darte todo lo que tengo. Sé que nunca me pedirás aquello que pides a otros, pero puedo darte lo que necesitas para que dejes de pedir.
El amor propio de saber que puedes volver a brillar, porque vienes de donde vienes.
El amor propio de que siempre te tienes como primer y último aliento, porque vienes de donde vienes.
El amor propio de ser los cimientos de toda la gente que te quiere, tu gente, porque vienes de donde vienes.
Y a cambio,
me darás la certeza de saber que si levanto la vista, puedo presenciar el maravilloso espectáculo que eres capaz de hacer.
Sí, me lo debes.
©Eloy Cánovas
– Ilustración de Kerby Rosanes –